martes, 11 de septiembre de 2012

{De cómo arrojamos luz al mundo} por Sebastián Castrodad

                                  Nacimientos:                                                     

     En algún lugar, en cualquier momento hay un recoveco que habitan aquellos niños del deseo. Viven juntos desde hace mucho tiempo. Se conocen antes de que nosotros conociéramos el amor. Dicen de ellos, que por ellos conocemos el amor. Esto lo escuché una noche en la taberna de mi amigo. La historia dice así:

     Antes de que naciera la luz unas gentes corrían por el mundo. Cada uno separado por la lejanía de la noche. No conocían nada más que el frenesí de sus piernas y la locura de sus brazos. Aquella locura que sin razón alguna los levantaba cada vez que probaban la tierra. Y al probarla les hacía cosquilla en el lugar de los ojos.

     Para esos tiempos la tierra era una gran mogolla indiscernible de frío y calor y seco y mojado y dulce y amargo. La noche no conocía al día y el sueño era como la noche. Todo parecía ser el interior de algún vientre. No había ojos, ni bocas, ni lenguas, ni estómagos. Eran sombras corriendo dentro de selvas de sombras. Pero todo se tropezaba y se enredaba. Y todo crecía a un ritmo singular.

     Una noche, dentro de esa noche eterna, pasó algo que iba a pasar, y siempre pasará, porque siempre ha pasado y está pasando. En la cima del silencio nocturno, dos sombras que corrían y se caían y se levantaban, tropezaron entre si. Y por primera vez, dos sombras así se enredaban. En su enredo se observan con las manos. Por primera vez observan sin ver. Y cada uno conoce el cuerpo del otro como quien conoce las estrellas.

     Por primera vez dos sombras se convierten en una. Y la noche se hace más chiquita. Cada uno se siente por dentro y por fuera por primera vez. Les crece la voz. Las orejas se forman. Escuchan la primera imagen. Les crecen los ojos. Se hace la luz. Ven la primera imagen. La muerte cada vez se hace más pequeña. Atraviesan la muerte. Se despegan. Se saludan. Y por primera vez nace el mundo. Desde el pecho se alumbran y se crean el uno al otro. Y es tanta luz que sobra, así como el deseo sobra, así como el deseo se escurre entre los dedos. Es tanta la luz que nace el día. Desde los corazones de las gentes.


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