miércoles, 24 de octubre de 2012

Affidávit del autor | Daniel Pommers

Número uno



Peregrina .—(Con una ternura infinita.) Apóyate
en mí, y prepara tu mejor sonrisa para el viaje.
(La toma suavemente de la cintura.) Yo
pasaré tu barca a la otra orilla. . .
—Alejandro Casona, La dama del alba


La maldad del inventor 

La verborrea hispanófila ocurre cuando perdemos sensibilidad: 1) para discernir del prestigio que nutre a minorías selectas, por lo general, auspiciadas por contiendas generacionales de ciertos gremios; 2) para edificar una posible base de lectores, esto debido a que la producción literaria se ha distanciado del mercado creando obras que resultan ser de poco interés para la comunidad. Al momento existen gestiones culturales con la facultad para expandirse dentro de la corporatocracia en la cual, el creador huraño, precisamente es otro elemento más, igual de patético que la propia subordinación del ente enajenado tan caricaturizado en la literatura. Este gozo de prostituir a la sociedad (de manera que se entrega a ciegas sin confabular roles distintivos entre su creación y la entidad sujeta a lo real, o sea, a los regímenes biológicos) se manifiesta a la hora de producir arquetipos con que el autor pueda garantizarse un supuesto dominio sobre sus personajes, quienes en la mayoría de los casos, serán luego de haber sucedido en el reino mágico hacedor de mundos que nace de su mente. Lamentablemente, esta autoridad inventiva carece de medicamentos o enseres que le permitan acceder a identidades humanas que, además de ser para/en el texto, también funcionen como una médula estampada ya no sólo para ejemplificar a medias las cartografías de lo real, si no como producto de la suficiencia gnoseológica del autor. Este autor debería indagar múltiples referentes antes de llegar al error de reproducir manías y prejuicios, que son pues le fueron heredados como una especie de jerigonza natural.

Para escribir no hace falta un lienzo mágico, esa veracidad se logra con trabajo. Si echamos a cientos de escritores sobre una mesa, sus cuerpos simplemente aplastarán contra la madera las herramientas que antes estuvieron disponibles. De esto ocurrir, la productividad se estropearía. Está la vocación, sin embargo, en este tiempo fracasado, cómo podría empapelarse en tales habilidades sin conocer sus posibilidades de ejecución, ¿siendo copista de clásicos? ¿Debería el autor contentarse con los instantes mediáticos que le otorgan en la(s) prensa(s) del país? ¿Acaso (como autores) nos compete entretener o concienciar, y este anejo sobre para qué escribir, ayudaría a diseminar la escena literaria?


Escribo con intención de agravar la seguridad que disfrutan las progenies ilegítimas del poder, aquellos hardwares que a razón de control, continuamente se establecen hinchando a golpes los pocos órganos protectores de nuestra sociedad. Por esto, entiéndase que hago referencia a una difusión, promesa, maldad por la cual me atrevo a dialogar con los elementos de poder(es) dentro del esquema normativo de mundos. La arquitectura en esta empresa me permite enmohecer los pactos que manías como el testimonio y los fármacos de una supuesta bonanza (de la humanidad), han construido en nosotros como un enfoque necesario. En donde el escritor es aquel ser extraviado, cósmicamente atraído hacia temas coléricos, pesadillas existenciales y con la cabeza en tantos disgustos de tipo moral que solo ve metodología en juntar párrafos mantecosos del orden literario que el momento le ha proporcionado. Reventarse y entonces olvidar los cerebros que van al fin de su especie, así el escritor sin malicia funda una y otra vez poéticas conocidas por ese no sé qué según predispone la ordinaria cabeza del no sé de quién sabe cuál escuela literaria.


En esta generación de voces fantasmagóricas se intenta conservar estabilidad sin haber puesto pie en suelo caribeño. Por esto entendemos que, hay cartografía (que existe autor con o sin idea de este hecho) en la cual sí es posible diseñar, tanto elementos que sean nuestros como también versiones de ultramundos manoseados intencionalmente para irradiar de manera sofisticada los Caribes que somos, los colores de este hogar que, por siempre ha sido cosa de todos y cosa de nadie. Para escribir, uno se hace científico de la maldad. Luego, piensa en lo siguiente:

—la labor del autor se construye como hecho de humildad frente a los sucesos que experimenta;

—comprende los estragos de economías nacionales y post fronterizas en la actual decadencia y/o evolución del capitalismo;

—está bien dispuesto a conocer, validar y defender identidades que accedan a confrontarse infinitamente con otras formas de operar vida(s) que pretendan dañar la integridad de nuestro lugar, nación, país, gentes;

—crea acueductos para salvaguardar su propia estabilidad y cordura;

—se hace portavoz o parte sustancial del gremio de preferencia, pues en la marca hay una gestión que busca comunidad tanto para autor(es) como para lector(es); y, 

—tiene el deber de siempre exigirse ética y contienda.