viernes, 25 de octubre de 2013

Suerte de enfermedad | Daniel Pommers

Iliá Yefímovich Repin, Sadko en el reino subacuático. 1876. Óleo sobre lienzo.


Bufón soy y mimo al hombre en esta escalera cerrada
con peces muertos en sus peldaños (...)
 
Leopoldo María Panero, El loco al que llaman rey



hubo vecindarios y árboles en ti,

parecían mil gargantas de asesino
yendo a la horca, ultra estáticos,
de cuerpo enfermizo, atados a una catástrofe.
            arrepintiéndose   −sudando la soga−
                        bizantinos de nombres sin ojos,
como si fuesen eviternos difuntos que se juntan tristes,
que habiendo esperado por un comando se fermentaron solos: 
el affaire es que, por suerte, los buitres regresan henchidos,
                                                                       comidos;

como suerte de viejos soldados cuando ya se ha rendido
fallando de una rabia sin vuelta; clavadas sus lenguas,                           
       abrigándose de ratones en fosos polvoreros.
                   así fue enjugado el glorioso juego de los años,
¿recuerdas? los recuerdos suelen huir a cercos mohosos;
se mueven de reino con revólver en mano y se desinflan
                         uniformes
                           cutidos
                         hinchados

pero los bosques no se permiten ver el engaño de la memoria;
los bosques enloquecen mirando a los hombres, a su paranoia
                                    a sus bocas pecuniarias
                              a sus bocas siempre huecas.

porque los bosques son proyectiles cuidadosos
anuncian el desplome invencible de lo humano,
de nuestros órganos y espíritus que se formatean, enemistados,
desaliñados de sanar, padeciendo las ofensivas de la mentira
deslenguados, con fiebre de radiar una última pereza.

andamos vanamente en el numen de un difunto sin nombre
amañando gangrena de un hueso que tuvimos ligeramente.

la atadura es habituarnos a la sublevación de un cuello mugriento
cuellos que ya no se miran / cuellos que sólo pueden ocultarse
y mientras sangramos cascados toda la grasa que sale por la lengua,
los buitres entienden la última verdad de nosotros los bosques vivos.

al fin, el mareo de nuestro mal es heredero de la humanidad;
somos óleos agónicos de nadie echados a la suerte de una dulce lamia.