Ilustración de Adrian Caca |
Cicatriz tiene la astucia,
así como
pronosticadas están
las hambrunas del mundo, y largamente
puede uno —si uno quiere—
hacerse recinto del
germen
que anda suelto
y
que vendrá a poblarnos.
Posible gratitud tendremos los pocos si
torcemos los intestinos,
sin conocer bocados de la
epidemia.
Nuestra continuidad
ante el ruido abominable de los estómagos vacíos
será
la insignia de otras fortunas;
existiremos cobardes, con medianía y quietud durante el acabe telúrico.
Recordaremos a los vecinos por su rostro agonizante,
como si obsequiarnos una grandiosa
como si obsequiarnos una grandiosa
dosis de cianuro fuese la única
medicación respetable para salvaguardarnos.
Prenderemos velas al edificio del antes,
porque las siluetas de la hermandad y de lo vivo
quedarán inclinadas, chifladas,
llamadas por nuestra nostálgica presencia para auxiliarnos;
solos, siendo ancianos
con gargantas
de una monótona integridad.
Obstinados en alimentar pautas que por generaciones
han sido tráfico de la negligencia: buscando la poquedad del arrepentido.
Porque nos espera un delicado ministerio
que no conseguiremos obviar;
y maravillados estaremos
cuando seamos fusilados y preparados
como entremés para nuestro propio linaje;
conociendo tripa y acidez
en la panza de cualquiera.
Seremos las cabezas de
un nuevo convenio junto a el discípulo que no admira ni obedece tutores,
guisados en el banquete del reaccionario:
porque nuestra condescendencia siempre ha estado sazonándose para la avaricia de otro.