Iliá Yefímovich Repin, Sadko en el reino subacuático. 1876. Óleo sobre lienzo. |
Bufón soy y mimo al hombre en esta escalera cerrada
con peces muertos en sus peldaños (...)
con peces muertos en sus peldaños (...)
−Leopoldo María Panero, El
loco al que llaman rey
hubo
vecindarios y árboles en ti,
parecían
mil gargantas de asesino
yendo a la
horca, ultra estáticos,
de cuerpo enfermizo,
atados a una catástrofe.
arrepintiéndose −sudando la soga−
bizantinos de nombres
sin ojos,
como si
fuesen eviternos difuntos que se juntan tristes,
que
habiendo esperado por un comando se fermentaron solos:
el affaire es que, por suerte, los buitres regresan
henchidos,
comidos;
como suerte
de viejos soldados cuando ya se ha rendido
fallando de
una rabia sin vuelta; clavadas sus lenguas,
abrigándose de ratones en fosos
polvoreros.
así fue enjugado el glorioso juego de
los años,
¿recuerdas?
los recuerdos suelen huir a cercos mohosos;
se mueven de
reino con revólver en mano y se desinflan
uniformes
cutidos
hinchados
pero los
bosques no se permiten ver el engaño de la memoria;
los
bosques enloquecen mirando a los hombres, a su paranoia
a
sus bocas pecuniarias
a sus
bocas siempre huecas.
porque los
bosques son proyectiles cuidadosos
anuncian
el desplome invencible de lo humano,
de nuestros
órganos y espíritus que se formatean, enemistados,
desaliñados
de sanar, padeciendo las ofensivas de la mentira
deslenguados,
con fiebre de radiar una última pereza.
andamos vanamente
en el numen de un difunto sin nombre
amañando
gangrena de un hueso que tuvimos ligeramente.
la atadura
es habituarnos a la sublevación de un cuello mugriento
cuellos que
ya no se miran / cuellos que sólo pueden ocultarse
y mientras
sangramos cascados toda la grasa que sale por la lengua,
los
buitres entienden la última verdad de nosotros los bosques vivos.
al fin, el
mareo de nuestro mal es heredero de la humanidad;
somos óleos agónicos de nadie
echados a la suerte de una dulce lamia.