Paul Gustave (1832-1883) |
Vengo de ti a la era
donde todo es de todos:
los que llegan, los que se han ido,
los que aún no han venido,
los que no volverán. . .
Eunice Odio
Descubro que un espanto se ha pegado a mis manos
Miro las nubes y la serenidad accidental de su
diseño
Miro las nubes a veces piloteadas por fusiles
Bordadas con naves invisibles desde una oficina
Reviso la palma de mi mano y las manchas de leche en
mis uñas
Hago laberintos de fracaso con mis dedos y las
ofensas se dañan
Mientras construyo aldeas tropezando con la
matemática de un cristal
Me empujo a los ojos de la verborrea, a la cama de
mis amigos
Sonrío cuando les veo llegar a mí, cuando a veces
manosean mis huesos
Y a veces escapo de mi presencia aunque la busco nuevamente
Vuelvo al cisma y voy juntando muestras de esta
isla y sus momentos
De las islas que caminan Nueva York, Arizona,
Oregón y Maryland
Siempre soy fiel a la identidad que vino a mí desde
el primer día
Y me disgusto ante la manía de los disgustos pues todavía
creo en el amor
En la travesura de perderme y volver tapado al
hielo en nuestra aldea
A la distancia de mis emociones como suelen leerse
los libros pasajeros
Pero a veces los libros también respiran el mate
de nuestras voces lugareñas
Pienso en el vacío de mi tumba y si habrá un
espíritu que aguante la nevada
El auxilio de Sylvia disfrazada de monja y su
convenio de calmar mis muertos
Cuál de mis historias sobrevivirá al juicio de
este tiempo en memorando
De la lumbre que ahora se ocupa de asediar las gargantas
de cualquiera
Si es que nadie puede burlarse del orden o de las
trampas de su destino
Cuántas vidas huirán del futuro aun sabiéndose
formas simples del hechizo
Por eso bebo mi sangre fría y escojo vivir, hasta
que un beso me rompa la boca
Así es la sorpresa de mi regreso.