{Escrito por Don Sentido Común}
Editado por D. Pommers
Agustín de Hipona
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“No hay que temer en estas verdades −dice− los argumentos de los
académicos, que dicen: ¿Y si te engañas? Pues si me engaño, soy. Pues el que no
existe, en verdad, ni engañarse puede; y por esto existo si me engaño. Y pues
existo si me engaño, ¿Cómo puedo engañarme acerca de que existo, cuando es
cierto que existo si me engaño? Y, por tanto, como yo, el engañado, existiría,
aunque me engañara, sin duda no me engaño al conocer que existo.”
San
Agustín, De civitate Dei, XI, 26 en
Historia de la Filosofía, de Julián Marías (1941)
El terror institucionalizado ha sido aprobado
por la Administración Académica Central. Se reconoce diariamente ocultándose
ante la virtud del estudiante, esperanzado, con un antifaz del proletariado y un
vínculo despectivo: sobrepuesto en el altar de su facultad.
El homicidio es evidenciado en los libros que han
sido publicados por alguna casa
editorial. Antes del aprendizaje, impera el título magisterial, esto sin considerar
la aportación juvenil ni la experiencia callejera que les otorga la vida.
Son los docentes inocentes, las tinieblas del
salón de clases; son aclamados en revistas, entrevistados / cognoscentes. Para la nación, son los
que redactan su opinión en nuestro periódico. Son los que alguna vez fueron
alumnos pero luego se olvidaron, cuando adoptaron el axioma de su titulación, se olvidaron.
Se diferencian de sus oyentes mediante insultos o
altanerías; y ante sus aprendices solo demuestran frialdad, siendo pobres, infelices,
sin cordura académica. Y el docente les comenta: “en el presente no hay tiempo suficiente para otorgarle a usted el
espacio necesario, para escucharle declamar sus preguntas ignorantes”.
Muchos hemos firmado el mismo contrato; lo hicimos
sin imaginar las condiciones que contribuirían, de manera bestial, a establecernos
en un desarrollo−trampa que banalmente piensa estar en movimiento cuando,
en realidad, la forma de su esqueleto es
defectuosa; el contrato falla porque se apoya de escrituras pálidas que solamente
vomitan notas por salarios. Es un orgullo que, sin tener latidos para existir, lo
albergamos, es vigente y sigue criándose en nosotros.
Esta forma de pensar está en metamorfosis, por esa
razón es que puede figurar como una faena insoportable para los demás, sin
embargo, una y otra vez se valida mediante sus normas institucionales.
Entonces, el odio y el rencor se adueñan del flujo creativo en nuestras venas,
nos posicionamos contra serpientes que han sido bautizadas por el canon y marcadas
para el éxito con publicaciones esotéricas, exclusivas, propagadas por un
manojo de estudiantes que deliran con ser
mordidos por dicha hipocresía; incluso, se ofrendan con tal de propagar el
veneno de sus dioses en nuestro hemisferio cerebral.
En el salón de clases (en su cárcel del
pensamiento) se configura la distribución del poder; esto lo logra maromeando
en la pizarra enseñanzas de autores que han sido revocados del ciberespacio. El
marcador dicta la trayectoria de quienes copian sin cometer el delito de
levantar sus manos.
La pregunta que se escapa del reino de las lecturas
selectas, sirve de ejemplo para desprestigiar al alumno osado. La burla es
contagiosa y es altamente compartida, con la burla se desprestigia al
estudiante que se atreve a exhibir la maldad de su intelecto y la altanería de
la interrogación. Así pretendemos emplear una aseveración que algún día un
maestro reflexionó:
No vincule al claustro en un asunto
que no amerita discusión, pues será su persecución una lástima y un repudio,
por querer hacer suyo un tema antiguo y olvidado. Es usted un ser único,
mientras no exista un docente, pues será suyo siempre el presente al reinar la
educación, aunque en esta dimensión son muchos los que enseñan con amor, pero
existirá siempre el autor que es un canalla e interesado; no busque usted al
tirano cuando tiene a su salvador.