Ilustración por los Hermanos Limbourg |
Bocanada de ciertos muertos
Esta noche
me entrego, cansado de ver huesos
sé que he
mentido más que un rosal de cien bocas,
más que
esas miserables bocas de espíritu
de
caracol, de mañanas abrideras; sé cómo son,
ahora los
asesinos se desayunan mis ojos, con café,
con sus
gargantas de púa me acarician las manos;
tanta es
mi fascinación que a veces les rento mi alma,
esta labor
depende del cadáver, del aparecido en la mesa:
mi deber
es conjurar un escape y alumbrarle buen camino,
si lo
trago, esa vieja culpa del limbo que es suya se hace mía,
se queda conmigo,
se cuelga en mi abdomen;
a veces soy
así, práctico, como son los soldados inferiores:
a esas horas, cuando mi esqueleto se daña, yo los busco, sonriente,
me hago
noche abierta y los llamo para que visiten mi habitación;
me permito
ritos de pájaros lucífugos, de comandantes Satanachia
pero, aunque
estén conmigo y seamos uno, hurgándonos, libres
paseando
nuestro cuerpo entre muertos frescos y orina de resina,
después de
haber sudado este olor a caldera en vela, siempre regresamos,
posiblemente
somos reino de sierpes besándole la mejilla izquierda a Dios;
somos luces de beleño muriendo: liados a perder las bocas: a balancear una cruz.
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