Nuestro orden se hizo barro
permitiendo que un bufón
descifrara
curas
para la migraña.
Como jefe de turno quiso sortilegio;
en su conferencia la cabeza dijo:
Después de las carreras iniciales
seré un buen jockey. . .
Cuando haya eliminado las turbas
isleñas
estaré en gobierno contento. . .
Tendremos
fiestas patronales
playas limpias
hoteles de ocho estrellas
granjas de trigo y de monos
sintetizados
un referéndum buena
gente
anguilas adiestradas de pecera
hospitales con medallas de oro
seremos piojos magníficos
con tráqueas del tamaño de Apofis
donde hospedaremos
pailas de comida nítida
panfletos para ser familias de línea
dura
evangelios para asegurarles castidad
al cerebro y a las hormonas sanjuaneras
porque las sanjuaneras son niñas
atrevidas
y sufren de las ataduras del Malo
y asisten a misa con los muslos abiertos
buscando la unción del Ardor Santo
y la encuentran en un glorioso
monaguillo
con su voluntad de pirañas columpiando
las vulvas
por la boca del paraíso
tragándose los salmos y las brújulas de
su juventud
porque pueden haber Magdalenas que se arrepientan
pero en realidad son la minoría
arrepentida.
Pero
el último gobierno ha muerto.
Hemos sido su garganta
inusitada
según se piensan las gentes
obedientes
como estómagos
ultramarinos
como garabatos
como proyectos de un hielo
gente en el paraje del vicio.
Sin el fármaco de la identidad
conocimos relámpagos del salario ido,
dándole ombligo y bizcocho
a los hombres que nadaron
hasta nuestro tornillo
contaminando
el vínculo del sol con los Caribes que éramos.
Ahora la escabrosidad de ese imperio
ha
perdido actitud;
aborrecido,
el cerebro de sus críos se enferma
y solo encuentran sonrisa cuando
reducen a burbujas los otros cerebros,
con masacres
con echarlos en baúles ominosos
precisando muerte en su argot
sin itinerarios compartidos:
es sabido que la caterva del último gobierno
se ha divorciado de su propia lengua.
Andan con pinta de zombis túrbidos
porque ellos fueron los primeros en
caer
sin saberlo ya conocieron la tripa del siniestro.
Abandonados
sin lugar / hospital / lumbrera.
Huecos, a las afueras de la bonanza;
ordenados
por genéticas del libre comercio
del ataque cardiaco
de la pareja que los rompe
del gatillo chanflón.
Tenga cuidado con las gentes del otro
clan.
Tenga cuidado de su casta de bribones.
Son
residentes,
tapados enemigos.
Pero entiéndalo,
aunque
Régimen
Iglesia
Academia
y otras latitudes sean jefes
de
la restricción,
jamás podrán quitarnos el nervio de la
devoción;
son en un mar arisco
en un mar de sangre.