viernes, 9 de julio de 2021

Pedazo de pan: escrito de Emilia Elizabeth Chamba Vargas

Giovanni Giacometti, El Pan, óleo sobre lienzo (1908)


PEDAZO DE PAN


A veces, cuando llegaba a casa y no encontraba comida en la mesa, daba media vuelta y de inmediato me iba a buscarla. Esos fueron tiempos difíciles. Me asombraba el hecho de que cuando me disponía a salir estando desesperado por hallar algo para llenar mi estómago, pensaba en cualquier otra cosa, y olvidaba la razón por la cual me sentía tan afligido y miserable. Recorría las calles, una por una, me topaba con personas semejantes a mí, que poseían el mismo infortunio y deambulaban por las vías hambrientos, con sed de conseguir algo, no para ellos sino para sus hijos, sus retoños que habían nacido en un mal momento, o quizá en una época en donde la desgracia se fundía y dispersaba por todos los rincones del mundo. Pensaba y divagaba conmigo mismo sobre el número de moscas que como yo estarían rondando por los comerciales, restaurantes, plazas, parques, tiendas; pensaba en la comida en todas sus fases, en cómo se preparaba, en lo que la gente hacía, si no lo tenía, y en que quizá existiría un modo de solucionarlo para que todo el mundo la tuviese, cuando la necesitara, y no hubiese que malgastar más tiempo con un problema estúpidamente sencillo. Sentía compasión por el hombre, por la raza humana. Perderse una comida no era tan espantoso, el escalofriante vacío de aquellas calles que recorría era lo que verdaderamente me trastornaba. Todas aquellas casas, una tras otra, y todas tan desiertas y apagadas. Exuberantes adoquines bajo los pies y calzadas y balcones de una distinción bella y monstruosa para subir a las casas, y sin embargo, un hombre podía caminar de un lado para otro todo el día y toda la noche sobre esos costosos materiales y estar buscando un mendrugo de pan. Esto era lo que me molestaba, su incoherencia. Si al menos, pudiera uno salir con una campana y moverla de un lado a otro para que alguien escuche el tintineo y gritar: ¡Atención! ¡Atención! soy un hombre hambriento y estoy dispuesto a hacer cualquier cosa: ¿Alguien desea que lustre sus zapatos? ¿Que saque la basura? ¿Que le haga algún mandado? Si por los menos me atreviera a expresarlo sin vergüenza alguna, así de claro, pero no, no es así, ni siquiera abro la boca. Si le dijera a un tipo en la calle que estoy hambriento, de seguro saldría corriendo, y se haría el desentendido, y quizás otros me dirían que vaya a trabajar y me mirarían con cierta curiosidad y desprecio, algunos tendrían lástima y dentro de sí pensarían que un hombre tan joven y completo no tiene fortaleza, y ya forma parte de los tantos vagos que circulan en esta ciudad. Veo el mundo derrumbarse, miro a mi alrededor y percibo ese hedor nauseabundo de queso rancio que está siendo agujereado por gusanos.


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