William Henry Dethlef Koerner, 'A Mystical Incantation', óleo sobre lienzo (1922). |
Una nube lleva tu nombre
Esta nube negra que me acompaña presagia tu ausencia,
se ha atado de un fino hilo
que llevo en la muñeca.
La cargo a todos lados y si la olvido
se engorda hasta desbordarse
sobre mí.
Recibo el agua fría sobre mi
cuerpo semi inerte y convulso
de recuerdos.
Tus manos tejiéndome sonrisas
entre dedos torcidos.
Tu cansado e incesante caminar,
el cuerpo obedece al que no se deja llevar
por sus perezosas corrientes.
Tus ojos siempre devorando,
clavando preguntas que cavaron hasta la cueva de Lot.
Tus manos, otra vez y siempre,
agarrando fuerte el porvenir
y gritándole de frente.
Tus besos escasos, tesoros escondidos para explorar.
Tú, toda tú, siempre tú.
Repetida al infinito cuando te deba soltar.
La nube negra sigue halando y
la lluvia tormentosa repica sobre el corazón que,
aunque herido, no cesa de cantar
la melodía gloriosa de tu nombre.
Parábola de la piedra
Cual animal sigiloso
andabas a escondidas
en uno de esos
rincones empolvados
de mi cabeza.
Recuerdo alguna palabra
alguna broma
alguna imagen
y vuelvo al lugar
donde tus dedos
se toparon con
los míos.
Tu voz
el torbellino de susurros
estridentes entrelazados
con el repicar de
tu risa.
Como cuando
acercaste tus labios
a mi oído
y clavaste tus palabras
en mis tímpanos
sedientos.
Háblame otra vez
de tanto y de todo
sin decir mucho
deja que tu dicción
semi perfecta
corra, fluya, se desborde.
Coloca tus manos
como dos rocas
sobre los lugares
menos sagrados de mi cuerpo
y evoca divinidades
que esperan ansiosas
por ser descubiertas
bajo nuestros pies.
Excava en el sitio
exacto que dejaste a la
intemperie la última vez
encuentra tus tesoros
tantas veces abandonados.
Encuéntralos y déjalos
que no olvide otra vez
este arte desquiciado
de extrañarte.
Descansa ahora
sobre el polvo
de tu ausencia.
No basta la noche
Extraño tu silueta jugando a ser sombra,
aunque siempre ha sido luz.
En esta oscuridad
recién descubierta
quiero cubrirte.
Deshojar despacio
tus capas,
llegar al epicentro.
Trazar constelaciones
sobre tus párpados cansados.
Escuchar cómo se rinden
hasta tus huesos
bajo el tacto de mis manos estrellas.
No basta la noche.
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