sábado, 22 de febrero de 2020

Para escandalizar la sombra: tres poemas de Veronika Reca

Ethel Gabain 'Voces', litografía, (1911)



Satisfechos

Me abraza un turbio remordimiento oprimido
por una angustia volátil,
como una tempestad que se aleja,
que se supone cierra los ojos, 
envuelta en una tranquilidad pasmosa.

Para escandalizar la sombra
inhalo con rabia,
tumbándome,
inopinada de fiebre en las facciones,
sustituyendo el sonido
por un cálido gemido que opaca.

Un desconsuelo infantil sabe tocarme,
boca arriba el techo me hace guiños
purgando con los dedos las sombras.

Una pizca de culpa me susurra
un padre nuestro,
me persigno con el mismo dedo
que me destierra.

Aniquilando los gritos en la garganta,
nudos críticos,
se me escapa su nombre en ruidos intempestivos,
satisfechos
mientras se van trenzando los chorros
bajo mi torso espeluznado.

El dios que conozco no tiene ojos,
ni boca,
es un dios minúsculo,
de límites estrechos.

Aquí las cosas parecen obedecer
su ausencia,
como si su voz perfilada se adheriera
a las paredes,
me repelía, me atraía insitivamente
una idea absurda de gozo,
espesa, extraña, inmutable.

Cuando no está
me gusta hurgarme por dentro.


Ensayo sobre las cosas

Me gustan las cosas
porque se llenan de gritos.

Repletas de secretos
absorben los olores
y guardan su placer al humo,
e hipócritas,
sus extraños anhelos.

Voy, insulsa, con mis sueños
tras las cosas,
para no desilusionarlas.

Sus ojos inopinados guardados en los excesos recrean las sombras,
hay cosas en las que el tiempo no tiene valor.

En su vaho cálido
indoloro como un remanso de vida,
me recuesto en las cosas,
mayormente desnuda,
con las cosquillas internas penetrando
en ese fondo inagotable de fluidos
que se pierde tras la mesa cuadrada,
en las esquinas de los tiestos
que nunca llevan flores, inhalando
en la atmósfera una suave locura.

Las cosas traspasan los límites,
la tristeza tiene ojos en los floreros,
en los espejos desvencijados,
tras el viento que da en la encimera.

Mis cosas te llaman, vacilantes,
agudas, una crispación imponente,
una desesperación hecha belleza.

Cuantos días sin importancia
guardan el porque de las cosas,
el tiempo húmedo,
la envidia de las paredes que soportan
el hastío oyéndonos venir eufóricos.

Creo en mi simpatía por ellas,
por las cosas,
que cuando te extrañan se desmoronan y rompen.


Despojos

El gran rumor del viento tiene para mí un gran encanto 
y la ansiosa expectación de millones de ojos que no duermen,
borrachos de temores, emancipados a la fuerza de un manojo de casas dormidas.

Los velones sin altares, como centinelas, 
la gente que lucha por arracimarse a algo.

La tierra nos mece, conmovida, 
como un grave saludo de bienvenida. 
Anda descalza la escena en la 
desvencijada habitación de improviso.

Estela de ruido que guarda el llanto del concreto que ya no abraza.

Todo empieza a ser extraño
como prolongación del luto.

Me culpo... por este miedo escaso, conmovedora en mi desamparo.

La locura sonríe torcida.

Tiembla la tierra bruscamente recobrada
con el humor endiablado.

NO tiemblo con ella.

Ando perdida de deseo,
ardida, con un par de labios entre el ceño fruncido.

La percepción nebulosa del paraíso en su baja cintura.
Sus ojos de individualidad propia, provistos de una ternura horrible.

Me culpo por no temblar cuando la tierra
nos despide su furia en la asincronía de nuestros pasos.


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