Era, más allá del axis
que reunía su fuerza
con la maquínica línea
con la que trazaba un alcance;
bajo soles imperiales
entre lagunas
de aguas bendecidas
que no deben tomarse.
El tiempo secaba
lentamente sus orillas
pero si se trazaban líneas
con constancia era pues
para atraer con ellas
las raíces sonoras,
el empuje motriz
que une para sí
lo efímero con lo imposible
para hacerle vivir
y dejarse lo pronto
tras su despedida.
Resistía la locura de la otra que se autogobernaba guardándose un
matiné de noche; ella y su goce en un desierto. El tiempo la velaba
desde los semáforos mirándola seguir al este hacia su trabajo.
Sobre su traje llevaba la insignia de su sector
de entrenamiento. La soledad en esa hora entonces servía para
condicionar su cuerpo a levitar; la música le retenía su cabeza
para sí. Detenerse cada 2 minutos, la gente caminando, los
recuerdos, el sol en la cara. Esta vez las gafas permitían no querer
escaparse por las manchas en el cristal.
En el redondel de lo claroscuro
donde una caricia tienta
el sentido que se incendia
mecido, trasnochado
inquieto metido entre nos
cabiéndose en un hechizo
cavado sin latitud
me explora
soñándose a su ritmo
cifrado
No tan tarde,
acceso
verificado
3 minutos antes
te dejaste
enredada
en unos cables
lamer,
con huellas
y dulzura,
cuando la jornada
matutina
te sacudió
las sienes
siendo otra cosa
que olvidas
para recordarla
en tiempo lento
En este espacio en que saltan la sombra y su densidad las ondas me
inundan, hipnótica. Sonando bajo ya estoy en mi noche y hacia ella
me sumergo. De frente, el sol cae entre las montañas, más allá de los
semáforos flota sobre un mar que lo recibe y me invita.
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