A quien siendo muerto no conoce limbos,
Conveniente resulta ser el suspenso y todas las despedidas forjadas por el dulce incluso conmovedor movimiento de una mano que en secreto busca dar hielo con cada titiritar. Desde tan desgargantado cerebro que va husmeando con los dedos las cavidades de nuestro viento, ungiendo palmaditas en la espalda —con su ¡coge! y digiéreme al instante— por si acaso usted se atreve a intentar eso del olvido; luego el ocultamiento, retirándose hasta su guarida del monstruo, del acabe, del cínico gesto al sentenciar nos veremos por ahí.
Para todo aquel discípulo del flatline en el Mundo Nadie, usted quien por incordiar regresó al duro y cotidiano crimen de la realidad; aquí encontrará conjurado el abrazo menos lascivo desde nuestra omnisciente trinchera. Pues todavía el cuerpo se niega a caducar sin previo consentimiento: jamás dejándose reglamentar por la imposición… ni dándose la mano con cualquier venerable o pensado resentimiento.
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