El único polvo que sirvió la tierra fue castrado por la boca
que encontró su aire.
El ser humano sembró sus dientes, “había demasiada agua” –decía.
Y el señor carpintero
-ansioso de trepar el árbol de aquel Hombre-
Y el señor carpintero
-ansioso de trepar el árbol de aquel Hombre-
no le encontró
raíces.
Eran miles de manos las que le sujetaban;
mientras le tatuaba con sus uñas aquel tronco
-sujetado- que partía en sangre.
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