martes, 17 de diciembre de 2019

Con la última estirpe: dos poemas de H. J. Leonard

Howard J. Morgan, 'Annunciation, Deep House', Óleo sobre lienzo


La chica de cortos rizos

Con genial sonrisa me mira

la chica de cortos rizos
mientras escribo estas palabras. 

Allá en aquel incómodo cubículo, 

rodeada de llaves y documentos
de viajeros ambulantes que 
pretenden una larga estadía 
en este trópico que promete un paraíso
pero no los medios para alcanzarlo,
allá, la chica de cortos rizos
enrola tabaco con la última 
estirpe de una fusión entre 
Grandaddy Purple y Blue Dream.

Me invita al techo de aquel viejo

edificio a catar el transporte 
que la llevará a pensar en una mejor
vida lejos de las quejas 
de extranjeros que han chocado con 
la realidad del tercer mundo. 

Tras tres intentos fallidos su Zippo enciende 

la llama que comienza 
la reacción química que promete 
tres horas de interminable pavera. 

Sus blancos dedos 

se enredan con los míos
mientras me pasa el spliff, 
simple acción que confirma mi sospecha 
y premedita una advertencia.

El turno de hoy promete. 


La Ascendencia


En la 54 de ese callejón 

olvidado en el tiempo,
los mejores días de mi niñez advertí. 

Recuerdo la ametralladora automática

que añoro aparezca en los escombros
del techo derribado donde descansaba
el viejo telescopio. 

Recuerdo el revólver mi tía abuela

deciá “eso no sirve, es para
asustar nada más”. 

Pero el presentimiento de que luego 

de la vandalización de aquel 
templo de mi infancia,
aquella vieja pistola
ha dado muerte a uno que otro sicario
en las parcelas del campo aledaño,
es tan real como el olor a pimientos 
frescos que aun resguardo en mi memoria
cada vez que la nostalgia me invade 
y decido refrescarla con una visita
a aquella caída fachada. 

Allí se decía que en mi familia

sus mujeres eran de casta noble catalana,
fogosas amantes que aprendieron a
amasar pequeñas fortunas 
que perdían en la lujuria 
culpa de amores no correspondidos 
o justificados antes los ojos de Dios. 

El pueblo comentaba a espaldas 

de las desgracias, recordaba mi abuela. 

Por ahí viene Miss Ramírez, 

con cartera nueva y
pintalabio fresco.
Ha bajado del tren de San Juan
con paso turbio a la Berreteaga
decían los chismosos 
con caneca en mano.

A lo que mi bisabuela gritaba

sin que le titubiaran los dientes
aquella tarde de 1943:

Antes puta que sumisa, pues

este chocho es mío y le debe
cuentas solo a Dios”. 

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