Margarita Pamies, 'Pajaros sobre un brazo de mujer', Aguafuerte y ruleta (1990) |
Con tus manos-aves
Tus manos inquietas,
como aves que presagian tejiendo
el fino borde de la locura.
Desperté y aleteaban intranquilas
en el umbral del recuerdo.
Sudorosas y frías,
se desbordaban sobre
las orillas sedientas de mis labios.
Arráncame este velo desgastado,
con tus manos-aves,
con tus dientes-hierro.
Hoy me desperté adornada de pájaros
Hoy me desperté adornada de pájaros.
Eran todos pequeños, negros, azules, blancos.
Se me deslizaban por los brazos y apenas los sentía.
Abrían las alas y las cerraban despacio.
Sonreían sin bocas, hablaban entre sí,
y se detenían a mirarme.
Así estuve por un rato,
hasta que uno, el más pequeño,
subió hasta mi oído y me besó sin labios.
Entonces, todos fueron agua y rosas,
y los adorné de espuma nacarada.
Donde la luz no alcanza
Estaba sentada al final,
donde la luz no alcanza.
Te vi, venías vestida
de absoluta desnudez,
de la que no se ve,
pero se palpa con los ojos cerrados.
Arrojaste una flecha encendida,
que detuvo las horas y
se fijó en mi pecho.
Ardía, arrebatado,
un rojo fuego impenetrable.
No podía moverme,
pero mis entrañas afligidas
clamaban piedad.
Mis pies entumecidos afloraban
bajo la sequía de tus labios.
Con manos aladas, heridas,
sangrantes, aparté de mí
tu cuerpo. Me empaló tu mirada,
y sonreíste.
Dejaste ir de la flecha,
el corazón expuesto,
palpitante.
Y quedé allí,
donde la luz no alcanza.
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